«Los proyectos del Orfeón no serían posibles sin cohesión y confianza mutua»
Juan Manuel Fernández, bajo
Por Fernando Morales
Juan Manuel Fernández entró en el Orfeó Valencià hace poco más de un año, pero su participación ha sido, desde el primer día, alegre y desbordante de entusiasmo, hasta el punto de haberse ganado el aprecio y consideración de todos los orfeonistas.
¿Cuál es tu experiencia musical?
Entre los significados de la palabra “experiencia” figura el hecho de haber sentido algo; el concepto remite, por tanto, a la experiencia como sentimiento. Desde esta perspectiva, mi experiencia musical se remonta a mi infancia, concretamente a mi estancia en el internado. Teniendo yo doce años –estaba en segundo de Bachiller-, el organista del colegio nos condujo al salón de actos. Fue una ocasión única, no solo porque no se volvió a repetir, sino también porque dejó en mí una huella duradera. En el escenario, sobre una mesa pequeña, había dispuesto un tocadiscos. Nos anticipó que escucharíamos música clásica que él nos iría explicando. No sé por qué, pero escogió En las estepas del Asia Central de Alexander Borodin. Quizá porque sus apenas ocho minutos de duración permitía aunar la palabra y la música en el breve espacio de tiempo disponible. Nos describió algo sobre dos caravanas que se avistaban a lo lejos caminando una hacia la otra, y cada una identificada por una melodía; nos hizo reparar en la melancolía de la música, en cómo iba creciendo en volumen conforme las caravanas se acercaban, y cómo se desvanecía tras el encuentro; hasta nos hizo escuchar los pasos de los caballos y de los camellos de las caravanas. Con los años, comprendí que aquel cura-organista había tergiversado un poco el breve programa que Borodin escribió para su cuadro sinfónico; pero a mí, el efecto evocador de esa música y las palabras del cura-pedagogo lograron transportarme a lo que yo me imaginé que era una estepa y visualizar lo que la música de Borodin describía. Esa fue mi primera experiencia con la música, mi primer sentimiento consciente y perdurable de ella. Desde aquellos doce años ese sentimiento ya nunca me abandonó.
¿Y cuál es tu experiencia coral?
A tenor de lo anterior, puede resultar chocante mi escasa experiencia coral. Las condiciones vitales de cada uno son las que son y ellas nos trazan el camino. No obstante, mi primera experiencia coral –entendida ahora también como habilidad- acontece al final del bachillerato, cuando formé parte del coro del Teatro Español Salesiano (TES) entonces inserto en el Colegio de los Salesianos de Granada, y volcado en la música litúrgica y popular. Décadas después, durante algunos años pertenecí a Studium Vocale, coro de la valenciana Iglesia de San Nicolás, donde hice muy buenos amigos, que aún conservo. Quiero destacar una experiencia coral, que, a buen seguro, comparto con muchos miembros del Orfeón, los “Mesías Participativos”. El ambiente amigable de los ensayos, la experiencia musical compartida con los directores-preparadores valencianos y con los directores invitados en los ensayos generales, y, por supuesto, la experiencia de los días del concierto, supusieron una vivencia extraordinaria. Lo fue, además, por lo que supuso de espacio de integración y experiencia colectiva entre músicos profesionales, aficionados y público. Para repetir.
¿Cómo surgió la idea de unirte al orfeón?
Como digo, nunca me abandonó el gusanillo de la música como experiencia sentida y, últimamente, tampoco el vivido como experiencia practicada. De modo que siempre acaricié la idea de volver a las andadas, aunque, por diversas razones, la fui postergando. Hasta las Navidades de 2018. Lo explico. En casa siempre nos hemos empujado unos a otros a formar parte de alguna agrupación coral. De hecho, mis hijas han pertenecido a los Pequeños Cantores desde los seis años; luego, una se integra en el Orfeón Universitario y, la otra, Cristina, decide inclinarse por nuestro Orfeón, pero me impuso una condición: que lo intentáramos juntos. Esta determinación se desencadena cuando, durante esas Navidades, decidimos asistir a varios conciertos navideños, lo que avivó nuestro interés por integrarnos en un grupo coral; esto, añadido a que habíamos asistido en alguna ocasión al “Retaule” de El Patriarca y a que yo recibía esporádicamente correos electrónicos anunciándome algunos de vuestros conciertos -con no poca envidia por mi parte-, nos decidió a hacer a la vez la solicitud de ingreso en el Orfeón.
¿Qué tal está siendo tu experiencia?
Llevo un año en el Orfeón, y mi experiencia la califico de magnífica. Me atrae y satisface la posibilidad de compartir experiencias, de tener momentos de encuentro con otros, diferentes en gustos, en opiniones y formas de pensar y de ser, pero comprometidos en un trabajo colectivo para lograr metas comunes; eso es un valor que trasciende al mero canto –por sí mismo valioso- y repercute en la construcción de una idea o voluntad de pertenencia a un grupo social humano con identidad propia. Creo que no serían posibles los proyectos del Orfeón sin la cohesión y confianza mutua del grupo, sin la seguridad de que todos trabajarán juntos para lograr los propósitos acordados. Coincido con quienes sostienen que cantar en una agrupación coral es un modo de comunicación que implica complicidades compartidas perseverantes en lograr ese objetivo común que obliga a todos sus integrantes, sin excepción, a trabajar juntos para conseguirlo. No me sorprende que Paul McCartney dijera: “Amo escuchar un coro. Amo la humanidad de ver los rostros de gente real siendo devotas a una pieza de música. Me gusta el trabajo en equipo. Me hace sentir optimista sobre la raza humana cuando los veo cooperar así”. De modo que, ¿cómo no va a ser magnífica mi experiencia en el Orfeón?
¿Qué es lo que más te ha sorprendido?
Siendo un Orfeón no profesional, me admira el compromiso de sus integrantes con los objetivos musicales propuestos, por más dispares y contrarios que sean a sus gustos; me sorprende también la capacidad de sus miembros para, una vez asumido el reto musical que corresponda, crear un patrón emocional compartido que favorece el realizar con éxito el programa comprometido. Y esa sorpresa es tanto mayor cuanto que los retos musicales en los que hasta el momento he participado, son altamente exigentes: Misa de la Coronación, Les Veus de la Frontera, la ópera Fra Pere el Descalç, El Mesías, el Requiem de Verdi… Y ello sin olvidar las piezas de repertorio, seleccionadas con gusto, y algunas requirentes de una compleja y delicada interpretación para una masa coral tan numerosa.
¿Cuál ha sido tu mejor momento a nivel musical desde que estás en el orfeón?
Si no fuera porque aún estoy disfrutándolo, diría que el Requiem de Verdi; pero como me preguntas por el mejor momento musical del pasado, me quedo con los momentos musicales, en plural, que me ha proporcionado El Mesías, con sus complejos ensayos a pesar del conocimiento, a veces un tanto confiado, de la obra, sus diferentes conciertos con sus respectivas y diversas puestas en escena coral, dirección orquestal, solistas, etc… Sé que no soy nada original eligiendo la que es considerada pieza capital de la historia de la música, que encierra tanto la más contagiosa alegría cuanto el dramatismo más expresivo. No en vano años después de su estreno, Beethoven, ya enfermo, estudiando la partitura exclamó: «¡Aquí está la verdad!»
¿Cómo vives los ensayos? ¿Era lo que te esperabas?
Sin afectación alguna, vivo los ensayos con la sabiduría que Constantin Kavafis recomienda en su poema Viaje a Ítaca cuando aconseja tener siempre a Ítaca en nuestra mente, porque llegar así es nuestro destino, pero que no apresuremos nunca el viaje, que es mejor que dure muchos años. Los ensayos son eso, el camino, los emporios de Fenicia, los puertos nunca vistos antes en los que recalar y disfrutar sin prisas de cuanto nos ofrecen. Los conciertos son el final del viaje, la llegada a Ítaca. Y en este sentido los ensayos son más y mejor de lo que esperaba. Aunque son el momento del trabajo necesario, también lo son de la solidaridad, de la ayuda, del encuentro amigable y relajado, de la jocosidad afable, expresión todo ello de la mejor camaradería.
¿Hay alguna obra que te haría ilusión cantar?
Por su fuerza expresiva, me gustaría cantar la Misa en si menor de Bach (1749), considerada por muchos como “la Misa” por excelencia de su creador, que la maduró durante 25 años de su vida. De ella dijo en 1817 Näggeli, su primer editor, que era “la obra musical más grande de todos los tiempos y de todos los pueblos”. Quizá por su carácter ecuménico, en el 2015 el manuscrito de la Misa fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Considerada por algunos como una de las piezas de mayor complejidad y exigencia artística de la historia de la música, no sé si el mestre daría su placet.
Si tuvieras que recomendar el orfeón a alguien ¿qué le dirías?
Buena parte de lo dicho como respuesta a preguntas anteriores, adelanta lo que diría a quien recomendara el Orfeón: sensibilidad, compromiso, disciplina, respeto, compañerismo, apertura a lo diferente, a lo que puede no ser de tu agrado, pero sí del gusto de otros, solidaridad…en definitiva, una actitud proactiva y abierta a disfrutar de la música, porque, como dijo Sancho Panza en una frase famosa, “donde hay música no puede haber cosa mala”.
4 comentarios
Mayte Esteve · marzo 31, 2020 a las 7:00 pm
Enhorabuena, Fernando y Juan Manuel. Una entrevista preciosa.
Qué buenos compañeros tengo!
Juan Manuel Fernández Soria · abril 1, 2020 a las 9:46 am
Gracias, Mayte. Somos también junto con otros, así que gracias a ti por estar ahí.
Amparo Ripoll · abril 10, 2020 a las 8:15 am
Magnifica entrevista. Me gusta este espacio porque sirve para conocernos mejor entre nosotros. Gracias.
Mar · julio 5, 2020 a las 7:46 pm
Juan Manuel, siempre amable, simpático y «Sempre Cantant» con buena expresión corporal.😲😲😲🎵🎶🎶🎵